1.
La ambivalencia de nuestra
coyuntura psicosomática se encarna en la porosidad de una crisis anímica
colectiva: el deterioro emocional de nuestras vidas precarias, agravado durante
la pandemia, viene operando a su vez como punto de partida de “nuevos activismos
psicopolíticos” y de iniciativas de “salud mental desde abajo”. Hoy el problema
político es si delegamos la gestión de la crisis en el estado, la industria
farmacéutica y el lenguaje progresista de las políticas desde arriba; o por el
contrario, podemos resignificar y reapropiarnos de la crisis anímica desde
abajo, redirigiendo las dinámicas de investigación y politización colectiva
contra las causas estructurales del sistema productor de malestares.
Animado por estos desafíos, releo
dos libros antagónicos: Psicopolitica de Byung Chul Han (Herder) y Una lectura
feminista de la deuda de Verónica Gago y Luci Cavallero (Tinta Limón). Leo de
forma fragmentaria y dispersa, pero las resonancias militantes movilizan cierto
deseo de prolongar hipótesis prácticas al abordar un enigma: ¿cómo repolitizar
nuestra crisis anímica colectiva? Esto me lleva al libro sobre el “lavado
cerebral” del anticomunista Kenneth Goff, titulado Psicopolitica (1956)[ii].
Pienso en la separación entre biopoder capitalista y biopolítica proletaria,
formulada por Toni Negri en Marx y Foucault (Cactus).
Una operación que se amplifica en
la discusión entre “biopolítica estatal” (progresista o neoliberal) y
“biopolítica desde abajo o democrática”, retomadas por Facundo Rocca en un
diálogo entre Agamben, los xenofeminismos, Sotiris, etc. En el caso de Han y
Goff, podemos interrogar una “salud mental desde arriba”, entendida como los
funcionamientos dominantes del psicopoder desde el punto de vista del capital.
Con Gago y Cavallero, quizás podemos imaginar y ensayar prácticas de “salud
mental desde abajo”. Es decir, una psicopolitica popular desde el punto de
vista de las luchas. Pero no se trata de una dicotomía incruenta, sino de polos
de oscilación en las estrategias de investigación y subjetivación.
Antagonismos en una disputa
anímica. Si bien la catástrofe pandémica evidenció y profundizó los colapsos
psicosomáticos, no podemos delegar las políticas en salud mental a los
especialistas, cuadros técnicos del estado, dispositivos terapéuticos del mundo
psi o del mercado narcótico. Al contrario, la disputa por nuestras pasiones
colectivas se juega en el corazón de una lucha de clases ampliada, donde
podamos discutir la organización de nuestras vidas, la producción y la
reproducción social, los modos de conexión insoportables, la indistinción entre
los espacios-tiempos de trabajo, ocio y cuidado.
No podemos reducir nuestras
estrategias a la resolución de agendas institucionales y al tratamiento
individual, ya que está en juego la posibilidad de renombrar lo que nos pasa y
saber hacer en la crisis. Necesitamos ensayar alternativas desde la perspectiva
de la crisis anímica proletaria, en función de revertir la privatización del
estrés y el insomnio, de la ansiedad y la depresión.
2.
Cuando la revuelta chilena dijo
“No era depresión, era capitalismo” escribió una hipótesis práctica para
repensar nuestra salud mental como movimiento activista. Por esto, en momentos
en los que se recrudece el antagonismo entre capital y vida anímica, una política
de los sintomáticos y trastornados no tiene como objetivo principal una
canalización identitaria o institucional del malestar[iii], sino que tiene como
premisa sensible una autoconciencia colectiva de nuestra transversalidad. Una
percepción de los problemas estructurales y desiguales de las vidas proletarias
maniacas, apáticas, bipolares, locas o angustiadas. Este es el común del
precariado psíquico, más allá del estrés privado y más acá del lenguaje
progresista público.
La sustentabilidad del planeta y
la sostenibilidad de nuestras vidas precarias están en peligro. Nuestra salud
mental no es un problema privado, sino un problema político y personal. Si
reconocemos que la explotación, la crisis climática y habitacional, la pobreza,
la inflación y las violencias son estructuras del capital que precarizan la
reproducción psicosocial de los cuerpos, entonces podemos ser conscientes del
carácter colectivo de la “cuestión anímica”.
Mark Fisher decía: si deseamos
imaginar, construir y ensayar una alternativa seductora, viable y antagónica a
las fuerzas del capital, es urgente revertir la privatización del desgaste
mental y el agotamiento corporal, reconociendo que la salud mental obrera y
popular son un problema político crucial en las estrategias emancipatorias.
3.
Al releer el libro de Han, con su
teoría autocomplaciente de la tecnovigilancia y el gobierno de las
vidas-farmacia, no puedo dejar de preguntarme: ¿en qué prácticas detectar otras
posibilidades de acción y conocimiento para repolitizar coyuntura psíquica y
somática? ¿El disciplinamiento sensible descripto por Han y el lavaje cerebral
de Goff son una respuesta a los deseos, síntomas, fantasías y acciones de
autonomía generadas en las luchas sociales?
La explotación de la cooperación
social de nuestras mentes y cuerpos se ha convertido en el medio psicopolítico
privilegiado para capturar las habilidades cognitivas, afectivas o lingüísticas
del trabajo vivo. Y cuando algo se fuga, la integración normativa de lo
inadecuado despolitiza las energías de aquello que se resiste en los síntomas
(Sztulwark).
Si para el capital estar sano es
ser productivo y funcional, nosotros no queremos, no sabemos o no podemos
encajar en su imperativos de bienestar y obediencia. Tenemos broncas,
ansiedades, impotencias, ataques de pánico, bruxismos… Porque nadie puede
adaptarse sin síntomas a una vida capitalista cada vez más invivible. El
desafío es resignificar la impotencia privada a través de un resentimiento
politizado contra las clases dominantes.
El impacto psíquico y somático de
la crisis pandémica, de las mutaciones subjetivas y en las formas de
explotación y extractivismo (Bifo Berardi), la profundización de la precariedad
y la desigualdad, ponen un límite subjetivo a las políticas progresistas en
salud mental. En este marco, los dispositivos narcóticos y terapéuticos cumplen
una función de neutralizar y pasivizar el descontento social, desmovilizando
nuestros malestares, síntomas y broncas. El problema del imaginario terapéutico
es su afirmación unilateral de que nuestras heridas y angustias (y sus
correlatos biofísicos) pueden ser resueltas por el sujeto individual, un ser
“autoexplotado” que trabaja sobre sí mismo. Sin embargo, no se trata de
cambiarse a sí mismo primero, y luego intentar cambiar nuestro mundo, sino de
poner en juego nuestra propia transformación y conocimiento en las
transformaciones y conocimientos colectivos.
La expansión del
“narco-capitalismo” (de Sutter) fue el modo en que el capital bloqueó y
privatizó los deseos, broncas, cuidados y disfrutes surgidos en las luchas de
las últimas décadas. Una reacción global para desactivar estallidos locales,
interiorizando el potencial de la explosión colectiva en implosión psíquica
proletaria. Pero la reacción de las industrias farmacéuticas y el poder terapéutico
señala que hay síntomas, luchas y malestares que otorgan un campo de posibles
para una liberación anímica de nuestras vidas-trabajo.
4.
Atravesamos una expansión del
“poder terapéutico” (López Petit), y por lo tanto, una ampliación del campo de
batallas. A raíz de la profundización de la crisis anímica durante la pandemia,
la masificación pública de la salud mental es ambivalente. Tiende a acentuar el
profesionalismo liberal, indicando que nuestra vida afectiva es un problema de
especialistas y técnicos psi. Al delegar nuestros estados de ánimo en los
burócratas del padecimiento, el malestar se despolitiza y al tiempo se
patologizan nuestros modos de vida. Pero si somos conscientes de que la
precariedad, el extractivismo, las opresiones, el caos urbano y el
endeudamiento operan como problemas estructurales que dañan nuestra vida de
modo desigual, podemos percibir que necesitamos una transversalidad
psicopolítica del común.
El avance psicologista en la vida
cotidiana y medios de comunicación, los discursos terapéuticos en redes
sociales y grupos militantes, la psiquiatrización comunitaria de los
territorios, la explosión de ofertas terapéuticas, el disciplinamiento químico,
la inflación diagnóstica y medicalizante… ¿Todo esto nos habla de una
amplificación del psicopoder, que ya está desbordando los muros institucionales
del sistema de la Salud Mental oficial?
La ampliación del “sistema
sanitario” es contradictoria: puede ser entendida como una traducción
disciplinante de los síntomas o malestares, una anestesia que solo nos ofrece
fármacos o terapias para el daño social. De esta manera se desactiva el
descontento social mediante una oferta terapéutica y narcótica de cura y
adaptación. ¿La dominancia del lenguaje progresista en el “campo” tiende a
obstruir la imaginación de psicopoliticas radicales, reproduciendo la
oscilación entre el pesimismo institucional y el voluntarismo heroico?
5.
En Psicopolitica de Han se torna
abrasiva la sensación insomne de gobierno unilateral del neurocapitalismo. Nos
mete en un apocalipsis digital que no es otra cosa que la pesadilla de la
mercancía: impotencia e insomnio, ajuste libidinal y aplastamiento de los
futuros, hiperactividad eufórica y hartazgo. No hay rastros de luchas,
desobediencias o sabotajes. El realismo capitalista se presenta aquí como el
triunfo definitivo del prometeismo zombi del mercado.
El fin del mundo como un
panóptico mental de “autoexplotación”. Asistimos a una teoría de las obviedades
tecnológicas con un evidente reverso bioemocional: la gobernanza terapéutica,
psiquiátrica y farmacéutica narrada desde el punto de vista del suicidio del
capital. Pero la producción capitalista de sufrimiento psíquico se corresponde
con una distribución desigual de la vulnerabilidad, una exposición diferencial
ante la muerte que en vida nos dan. Es necesario producir desplazamientos,
porque este inconsciente capitalista es una respuesta a las pasiones, razones y
acciones de las luchas populares.
El problema con las teorías de
Han, Goff o de Sutter es que se limitan a describir los funcionamientos del
sanitarismo del capital, explicando sus mecanismos de dominio biopsíquico,
flexibilidad neuronal y explotación. Invisibilizan, por ende, la fuerzas
ambiguas y frágiles de nuestros síntomas, mentes, cuerpos y anomalías. La
unilateralidad impotente de esas teorías no deja espacio para construir
desplazamientos, en virtud de los cuales detectar aquí y ahora posibilidades
ambivalentes donde se elaboran resistencias psicopolíticas.
¿Es posible reapropiarse y
refuncionalizar los medios de producción de subjetividades en salud mental?
¿Qué nos dice la genealogía de los transfeminismos y disidencias sobre el contra-uso
de ciertas tecnologías biopoliticas en favor de la emancipación de los
subalternos? ¿Podemos hacer un contra-uso colectivo de las terapias o los
fármacos (cooperativismo químico)? Si bien el psicopoder capitalista convierte
nuestras emociones en una moneda viviente del mercado, la pregunta es la
siguiente: ¿podemos hacker los usos, prácticas y dispositivos psicopolíticos?
6.
Contra esos discursos en torno al
psicopoder construidos desde el punto de vista del capital, podemos operar un
desplazamiento a partir del punto de vista de las luchas. Si el nacimiento del
neoliberalismo fue un contragolpe asesino contra las luchas populares, impuesto
mediante dictaduras y represiones para derrotar los movimientos
revolucionarios; por su parte, la emergencia del psicopoder capitalista fue el
modo en que el neoliberalismo privatizó y despolitizó los malestares, medicó
los problemas estructurales del capital y capturó los deseos en el consumo y
los placeres en las vidas anestesiadas ante el desgaste laboral y la clausura
de los futuros. Por eso en la actual catástrofe de lo neoliberal, este
psicopoder opera como una forma de gestión fármaco-terapéutica de la crisis
anímica. Sin embargo, las crisis son experiencias límites y ambiguas, puede
proporcionar una reapertura cognitiva para explorar otras preguntas y vínculos,
otras pasiones, razones y acciones.
Para gestionar la crisis
subjetiva, el capital no solo explota el trabajo productivo o reproductivo.
Explota nuestro inconsciente, nuestro trabajo psíquico, toda la subjetividad,
extrayendo riquezas de nuestra cooperación social. La tradición del
“neo-operaismo italiano” ha argumentado largamente sobre las mutaciones
psíquicas y laborales de las últimas décadas, por las cuales el capital explota
las habilidades sociales de los lenguajes, afectos, cogniciones, consumos o
fantasías, extrayendo una “plusvalía subjetiva” de toda nuestra vida. Pone a
trabajar nuestros deseos y pasiones, en virtud de responder a imperativos de
valorización mercantil (competencia, rendimiento, reconocimiento,
productividad, visibilidad, etc.). Esto amplia la noción de trabajo y
explotación, pero también las zonas de conflictividad y antagonismo,
problematizando el extractivismo ampliado de nuestra existencia.
Ante la explotación de nuestra
subjetividad por los automatismos neuronales, digitales o financieros, ¿podemos
imaginar una huelga psíquica para interrumpir imperativos, para generar
autonomías contra la máquina productora de ansiedades, bruxismos y depresiones?
7.
¿Es posible construir un frente
de liberación anímica por nuestras vidas precarias, insomnes, anoréxicas,
rotas, cansadas, quebradas…? En el plano de las micropolíticas de las
emociones, ¿cómo abordan los progresistas, los fascistas y las izquierdas nuestros
estados de ánimo? Si los progresistas tienden a psicologizar y victimizar a las
personas con malestares (moralización); las izquierdas clásicas tienen la
costumbre moral de banalizar y subordinar los afectos (sacrificio heroico de lo
individual en lo colectivo); mientras los fascistas ofrecen una politización
reactiva de las pasiones, dispuesta para reforzar desigualdades sistémicas.
Algunas hipótesis alternativas:
a) desprivatizar nuestras experiencias vividas, sacarlas del closet
revalorizando las narrativas en primera persona de los malestares, disfrutes y
deseos; b) hacer de nuestra salud mental un problema colectivo, discutiendo las
estructuras que nos habitan a todos incluso cuando las combatimos, pero sobre
todo cuando las padecemos o nos beneficiamos con sus privilegios; c) aterrizar
en prácticas, cuerpos y territorios concretos la abstracción de las categorías
terapéuticas (diagnósticos psiquiátricos, discurso neurocientifico,
psicologismo, jerga psicoanalítica, etc.; d) ponerle imágenes y lenguajes
propios al daño emocional y neuronal resultante de las diversas dinámicas de
explotación laboral, precarización, endeudamiento, etc.; e) problematizar las
intersecciones entre diferentes violencias: patriarcales, financieras,
cuerdistas, racistas, capacitista, clasistas, etc.,; f) defender los derechos
adquiridos y vulnerados, coordinando agendas y conflictos para generar otras
reivindicaciones públicas; g) destituir los discursos oficiales, constituir
nuevos saberes y narrativas, e instituir nuevos dispositivos psicopolíticos de
contrapoder.
8.
Debemos repensar las
psicopolíticas a partir del punto de vista del malestar, explorando una
potencia ambigua y vulnerable en nuestras vidas ansiosas, medicadas, deprimidas
o ciclotímicas. Porque la precarización biopsíquica de nuestra clase restringe
autonomías y acentúa las economías libidinales de la obediencia emocional y la
flexibilidad neuronal. Por tanto, nos condena a aceptar limitados tratamientos
individuales con normas imposibles de cura y recuperación, que tienen evidentes
rasgos de género, raza, capacidad, etc.
El control narcótico y terapéutico de las vidas precarias responde a un ajuste afectivo, tendiente a reforzar la impotencia y la parálisis de la voluntad en momentos de depresión colectiva de la clase. En términos de Paolo Virno en Sobre la impotencia (Tinta Limón), nuestra impotencia y decepción no es signo de un déficit o una carencia, sino síntoma de una inhibición y dispersión de nuestras fuerzas, paralizadas o frenéticas, agotadas o frustradas. ¿La impotencia individual puede ser el punto de partida frágil de un contrapoder colectivo? ¿Qué prácticas, imaginarios y discursos abren posibilidades aquí y ahora para una liberación anímica?
*Prof. Dr. Emiliano Exposto
Investigador, Docente y Ativista.
Buenos Aires/Argentina
**Este texto recupera algunas
intuiciones del texto “Psicopoliticas: investigaciones, activismo y salud
mental”, publicado en Revista Sonámbula: cultura y lucha de clases. Disponible
en:
https://sonambula.com.ar/psicopoliticas-investigaciones-activismos-y-salud-mental/?fbclid=IwAR1VuWA7RiwzgnKEvxVFBbSx7SuUpm8eVkVkPTor_7S6Q1kgbOgEsvNIERw
[ii] El concepto de
“psicopolítica” fue formulado en 1955 por Kenneth Goff. En 1980, el militante
comunista y (contra)psicólogo Peter Sedgwick escribió Psychopolitcs, conectando
las luchas antipsiquiátricas, los movimientos de usuarios, ex usuarios y
supervivientes, y el compromiso crítico de los movimientos de trabajadores en
salud mental. Autores como Sloterdijk, Laurent de Sutter o Byung Chul-Han lo
utilizan en un diálogo crítico con el concepto
foucaultiano de “biopolítica”.
[iii] Ver “La energía ambivalente del malestar: alquimia, crisis, extrema derecha” de Amador Fernández-Savater”, en https://lobosuelto.com/malestar-alquimia-crisis-derecha-amador-savater/
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